Michel Houellebecq: Tengo un sueño*



Que quede claro: la vida, tal cual, no es mala. Hemos realizado algunos de nuestros sueños. Podemos volar, podemos respirar bajo el agua, hemos inventado aparatos electrodomésticos y el ordenador. El problema empieza con el cuerpo humano. El cerebro, por ejemplo, es un órgano de gran riqueza y la gente muere sin haber explotado todas sus posibilidades. No porque la cabeza sea demasiado grande, sino porque la vida es demasiado corta. Envejecemos con rapidez y desaparecemos. ¿Por qué? No lo sabemos, y si lo supiéramos nos sentiríamos igualmente insatisfechos. Es muy sencillo: los seres humanos quieren vivir y sin embargo tienen que morir. A partir de ahí, el primer deseo es ser inmortal. Claro, nadie sabe a qué se parece la vida eterna, pero nos la podemos imaginar.
En mi sueño de vida eterna no ocurre gran cosa. Quizá vivo en una caverna. Sí, me gustan las cavernas, son oscuras y frescas y dentro de ellas me siento seguro. Me pregunto a menudo si ha habido un progreso real desde la vida en las cavernas. Cuando me siento en una de ellas, escuchando tranquilamente el ruido del mar, rodeado de criaturas amistosas, pienso en todo lo que eliminaría de este mundo: las pulgas, las aves de presa, el dinero y el trabajo. También, probablemente, las películas porno y la fe en Dios. De vez en cuando, decido dejar de fumar. Sustituyo los cigarrillos por pastillas que tienen un efecto estimulante similar en el cerebro. Además, tengo a mi disposición gran variedad de drogas sintéticas, cada una de las cuales desarrolla la sensibilidad. Así que soy capaz de oír ultrasonidos, de ver los rayos ultravioleta y otras cosas que me cuesta entender.
Ahora soy un poco distinto, no sólo más joven, sino que mi cuerpo se ha transformado; tengo cuatro piernas, está muy bien, me sostengo de pie mucho mejor, estoy sólidamente unido a la tierra. Ni siquiera cuando bebo demasiado tengo miedo a caerme. Al contrario que el hombre primitivo, que el canguro o el pingüino, no hay nada que me haga perder el equilibrio con facilidad. Y hay más: no necesito ropa. La ropa no es práctica; tenga la forma que tenga, dificulta la respiración de la piel. Desnudo me siento más libre. Lo más importante es que no soy ni macho ni hembra; soy hermafrodita. Antes sólo podía imaginar la sensación de la penetración, ya que no era homosexual. Ahora me hago una idea; es una experiencia fundamental que esperaba desde hace mucho tiempo. Ya no espero nada. Algunos lectores se preguntarán si la vida en la más hermosa de las cavernas con las criaturas más adorables no acaba resultando aburrida al cabo de miles de años (incluso de cientos de miles de años, en mi caso). No, no creo, en cualquier caso no para mí. No me parece aburrido repetir hasta el infinito las cosas que me gusta hacer. Incluso diría más: la verdadera felicidad está en la repetición, en el perpetuo nuevo comienzo de lo mismo, como en la danza y en la música, como por ejemplo en Autobahn de Kraftwerk (1). Con el sexo es igual: cuando acaba, nos gustaría empezar otra vez. La felicidad es una costumbre, una costumbre que podemos encontrar en productos químicos o en seres humanos; cuando tengo mis pastillas y a mis amigos ya no necesito nada más. El aburrimiento es la alternativa de la felicidad, lo cotidiano y diario, los nuevos productos, las informaciones (incluso cuando nos las presentan de forma atractiva). He encontrado la felicidad en mi caverna, ya no tengo nada que esperar, me baño cuando me apetece. Fuera hace calor y el cielo está azul; pienso un momento en Alemania, donde la gente vivió codo con codo en espacios exiguos, y me siento feliz de que en el paraíso no haya superpoblación. La gente puede elegir su tumba libremente, y circula como le da la gana.
Abro los ojos y me doy cuenta de que mi sueño es más bien superficial. Enciendo otro cigarrillo, mordisqueo el filtro; en realidad no hay armonía con el universo. En los momentos de felicidad, por ejemplo al contemplar un hermoso paisaje, sé de inmediato que no formo parte de él; el mundo me parece ajeno, no conozco ningún lugar donde pueda sentirme como en casa. Ni siquiera Dios puede resolver este problema, además no creo en Dios, no hace ninguna falta, ni aquí ni en el paraíso. Creo en el amor, es lo único valioso que tenemos, mejor que un programa de fitness, mejor que el deporte. Quizá un día se cumpla mi sueño de eternidad; entonces seré una criatura con piernas, alas o tentáculos, y a lo mejor vivo en otra parte. Al contrario que la mayoría de la gente no tengo miedo a la muerte; al envejecer vuelvo a descubrir mi juventud, olvidada durante mucho tiempo, y de vez en cuando, si las cosas van mal, me encierro cómodamente en mi trabajo. Mis libros ya me garantizan cierta forma de inmortalidad.

*Entrevista de Wolfgang Farkas a Michel Houellebecq, el 2 de noviembre de 2000 en una serie titulada Ich habe einen Traum en Die Zeit.



(1) Kraftwerk. Grupo musical de vanguardia de origen alemán (Ralf Hütter, Florian Schneider, Wolfgang Flür y Karl Bartos) son considerados los padres de la música electrónica.

Para escuchar Autobahn hacer click AQUÍ.

Comentarios

Anónimo dijo…
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