Epidemia sugestiva

 


Lo que sigue son notas tomadas a propósito de la lectura del libro Sugestión. Potencia y límites de la fascinación política de Andrea Cavalletti (Adriana Hidalgo editora, 2015) libro que estaba leyendo Germán Garcia poco antes de su fallecimiento. Lo releo ahora y creo que ilumina el momento actual en el que la sugestión por parte de cierto personaje político parece coincidir con una atmósfera que hace posible que germine un horror que hace unos años parecía imposible. 


Dice el profesor Percy Ernst Schramm, un prestigioso medievalista que declaró en los Juicios de Nürenberg, que fue cronista del Comando Superior de la Wehrmacht y luego de ser sometido a un proceso de desnazificación reintegrado a sus funciones en la Universidad de Gotinga, en su Anatomie eines Diktators (1963) que Hitler “fascinaba con sus ojos de un azul profundo, siempre un poco sobresalientes, ojos casi radiantes”. Y agrega que “muchos de quienes lo encontraban no podían sostener la mirada”. Dice que Hitler era un gran comediante y que en ciertas “veladas festivas” hacía una “perfecta imitación del típico campesino del norte de Baviera”. 


Cuenta también Schramm que “un día, una sofisticada señora, una rica propietaria y devota cristiana que detestaba de corazón a Hitler, le tocó en suerte cruzar su mirada magnética y fatal: en realidad tan sólo fue rozada por ella, en la pasarela de un balneario, pero también ella quedó como impactada por un rayo. Aunque no le resultara simpático, como se apresuró a declarar, aquel debía ser sin duda un gran hombre”. 


Y sigue, “el poder que conquistó con los años derivaba de un centro de poder que irradiaba su persona. No cabe duda alguna”.


Eric Voegelin, en sus lecciones de Múnich, Hitler and the Germans (1964) aplaca los acentos místicos de Schramm con una verdad laica, “cualquiera que fije los ojos en los otros para confundirlos es un maleducado” y comenta después que el aura hitleriano no corresponde a un poder objetivo, sino que actúa de “manera selectiva”. No todos cedieron, no todos se dejaron fulminar. 


Esto último que dice Voegelin se puede confrontar con el relato que hace el doctor René Simon, uno de los últimos discípulos del gran hipnotizador Hippolyte Bernheim, el gran teórico de la sugestión, el antagonista de Charcot admirado por Freud y director de la clínica de hipnosis de Nancy. En 1975, Simon publica un escrito en el Journal médical de Strasbourg para recordar a Bernheim, su maestro. Allí cuenta la siguiente anécdota:


“La reputación de Bernheim era tal que nadie, por miedo a ser hipnotizado, osaba sentarse frente a él en el tranvía que a las ocho y cuarto lo llevaba a la clínica y a las doce menos cuarto lo llevaba de regreso a casa. Consciente de ese temor, había renunciado a viajar sentado y se quedaba de pie en la plataforma, donde a menudo yo le hacía compañía”. 


¿De dónde le venía a a Bernheim esa fuerza, ese poder de sugestión? No era sino una concentración extrema de lo que Freud llamó “atmósfera” o más precisamente “la atmósfera sugestiva de Nancy”. Es sabido que Freud, a diferencia de Bernheim, tenía serias dificultades para hipnotizar a sus pacientes, es que la atmósfera de Viena no era, todavía al menos, la atmósfera sugestiva de Nancy.


Es muy interesante lo que dice al respecto Gustave le Bon: precisamente porque respiraban ese aire, los conciudadanos del profesor Bernheim consideraban tan peligrosa su cercanía. En efecto, son las ideas y los sentimientos de las multitudes los que tienen “un poder tan intenso como el de los microbios”. 


Pierre Janet refiere al respecto del fenómeno de la sugestión hipnótica de Bernheim, un tanto en broma, que “no es imposible que el propio éxito de las experiencias haya desarrollado una suerte de epidemia sugestiva”


Y ahora resuena también el uso que le da Michel Foucault a la palabra “epidemia”. Dice textualmente: “el fondo de la epidemia no es la peste, o el catarro; es Marsella en 1721; es Bicêtre en 1780; es Rouen en 1769 […] El fondo esencial está definido por el momento, por el lugar, por ese aire vivo, excitante, sutil, penetrante, que es el de Nimes durante el invierno”.


Uno podría decir, también, el de Argentina 2023.

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