Bitácora

Estamos muy cerca de unas nuevas elecciones en Argentina. A mí me toca votar en Capital Federal, la CABA, como le dicen ahora. Las propuestas electorales esta vez son más variadas. Tengo tres o cuatro listas para elegir. Tres de un espacio nuevo, un frente filo-kirchnerista, en el que compiten una fuerza de centro encabezada por Filmus, una de derecha con el "polémico" Guillermo Moreno al frente y otra de una izquierda frentista, con una figura nueva, Itaí Hagman y la presencia estelar de la abogada de Milagro Sala, Eli Gómez Alcorta. La cuarta opción, por fuera de este frente, es la de la izquierda, que ofrece a Miriam Bregman, una chica a la que por un motivo extraño a uno le dan ganas de votarla en esta elección. También está la Provincia de Buenos Aires. Ahí no voto, pero es donde se libra, aparentemente, la madre de todas las batallas de este episodio menor de la guerra anticolonialista argentina. Ya vamos a hablar, seguramente de por qué pienso que se trata de una guerra anticolonial. Como ya se habrá advertido, estamos en el año 2017, en julio para ser más precisos. Es un momento raro de la historia, algo gris y desaliñado que habría que describir para las "generaciones" venideras. Por lo menos cómo lo ve uno ahora, yo, no se los demás. Las líneas que direccionaban la vida de todos los medianamente interesados en la cultura, o en la anticultura incluso, se han cruzado mucho, demasiado, en poco tiempo y sucede que uno ha perdido las pistas. Tal vez sea mejor, pero no por eso uno deja de sentirse desorientado. Es que en cine, por ejemplo, para decir un arte que yo al menos consideraba central, ya no se sabe por donde arrancar. Hace unos años, a fines del siglo veinte y principios del veintiuno, para elegir una película para ver, bastaba con comprar los diarios todos los jueves. Ahí salían las críticas de los estrenos (siguen saliendo pero ya no es lo mismo) y uno organizaba su vida en base a eso. Iba a ver la película a un cine, a veces incluso podías ver más de una, salías, ibas a comer, a los pocos días ibas a ver otra. Si te agarraba fiaca, podías sacar un VHS o un DVD de algún videoclub y lo veías tranquilo en tu casa, con peor calidad y generalmente de una película bastante alejada del momento de su estreno. En los bares, revistas y cafés cinéfilos se hablaba de las películas que se habían estrenado en la semana o en el mes y desde ahí derivaba la conversación hacia lugares imprevistos. Por ejemplo, se estrenaba una película de Scorsese y uno terminaba hablando de sus primeras películas, de Nueva York, de Coppola y El padrino, de John Cazale y Meryl Streep. La vida giraba en torno a esos hilos conductores, y seguía el camino que esas autopistas o senderos indicaban. Lo mismo en la música, los discos iban saliendo, los comprabas o no, pero se los ordenaba y se los relacionaba en base a las nuevas producciones, incluso a los videoclips que iban saliendo.
Hoy es todo mucho más confuso. No hay para donde agarrar. La oferta es tan amplia, tenés Netflix, Qubit, HBO, Hulu, Amazon y otras plataformas online que te ofrecen una innumerable cantidad de películas y series inabarcables. La televisión quedó reducida a un entretenimiento y lavado de cerebros para la población menos ilustrada. En música están Spotify y My Music de Apple donde está practicamente todo, sin soporte material pero está, lo podés tener y escuchar cuando quieras. Además están los teléfonos, con los que nos mantenemos conectados todo el tiempo y nos pasamos leyendo noticias, posteos, twitter, facebook, whatsapp, instagram y hasta snapchat. Los libros quedan ahí, como objetos fetiche, menos usados, duran más.
Y sin embargo, por un extraño designio, uno sigue teniendo la idea de escribir un libro, un manifiesto publicado en papel, una biografía, una autobiografía. Ya veremos.
Por ahora la idea es escribir algo todos los días. Como en un blog, en el sentido antiguo del término: bitácora.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Sartre: el infierno son los otros

La Jungla del Pizarrón

El cine ha muerto, vivan las series